Otras reflexiones y entrevistas

Aikido: un arte para hacer amigos


Tomado de: http://blog.bogotaikido.com/2013/02/aikido-un-arte-para-hacer-amigos.html
Por: Añix Adriana LLanes, Febrero 2013

Creo que fue a mediados de mayo de 2010 cuando lo ví por primera vez en la puerta del dojo. Recuerdo que faltaban unos minutos para comenzar la práctica y yo me encontraba en plena labor de limpieza del tatami. Salí a recibirlo tal como me encontraba. Con el pantalón del gi, una camiseta sin mangas y el trapo de limpieza en la mano. Él se detuvo en la puerta y me observó extrañado. Acepto que no fue la primera vez –y menos la última- que me sentí observada de esta manera. Desde que comencé a enseñar Aikido es común que hombres y mujeres se detengan en la puerta del dojo y piensen dos veces antes de entrar. Pertenecer al sexo femenino y ser instructora de un arte marcial es una combinación que todavía sorprende y se percibe como extraña –a pesar de encontrarnos en pleno siglo XXI y vivir en el costado occidental del planeta-. 



Traté de comunicarme con mi precario japonés y no tuve suerte. Intenté en castellano sin avance alguno. Por fortuna el inglés resultó ser nuestra tabla de salvación. 

No fue una charla fluida. Intenté mirarlo a los ojos y sin querer lo incomodé. Recuerdo que esperé unos minutos allí de pie, mirando al piso hasta que él comenzó a hablarme. Me preguntó mi nombre e inmediatamente me recordó el suyo. Me dijo que era la persona que había enviado un par de e- mails preguntado por un dojo para entrenar en Bogotá. Que no me molestara en contarle quien era, que ya sabía lo que necesitaba saber y que sólo quería conocer el lugar.




Lo invité a pasar y tan pronto traté de seguirlo se detuvo bruscamente giró la cabeza y me miró extrañado. Quedé inmóvil y recordé que “la mujer en Japón siempre va un paso atrás del hombre”. Luego sentí mucha vergüenza. Caí en cuenta que lucía una franela sin mangas y me pregunté hasta dónde él estaba pensando que la mujer que tenía al frente carecía de pudor alguno. Automáticamente comencé a recordar mis precarias clases de Japonés y de protocolo en la Universidad y un sinnúmero de temores y paradigmas invadieron mi cabeza. Ese hombre llevaba 10 minutos en el dojo, y yo –la persona a cargo- lo había hecho todo mal. Le hablé de iguales, le miré a los ojos, salí con una prenda que podría tomarse como atrevida u ofensiva, y por si fuera poco, olía a esencia de canela –la misma aroma del detergente que estaba usando para la limpieza-. Creo que lo único que hice bien, fue no intentar darle la mano y cederle el espacio para que iniciara la conversación cuando lo consideró oportuno. 

El sr. Yamamoto se detuvo en la puerta del salón, hizo una venia al kamiza y entró a inspeccionar el lugar. Me ubiqué en una esquina tratando de entender la situación. Luego, me dio risa. Más allá del temor por mi torpeza inicial me hizo gracia darme cuenta que él se sentía igual o más torpe que yo. Innegablemente era un ambiente y una relación complemente desconocida para los dos. Lo único que teníamos en común era el amor por el Aikido, el deseo de entrenar y de compartir este arte marcial.


Con el tiempo me enteré que esta era su segunda vez fuera de Japón, y que su experiencia previa había sido en Londres –una estadía por 6 meses-. ¡Pobre hombre! pensé. A duras penas le pusieron las vacunas contra las enfermedades tropicales, lo dotaron con un libro sobre Bogotá y lo enviaron a uno de los países más mestizos del mundo – saltó sin paracaídas al tercer mundo -. El nexo con su patria era su familia, el compromiso de trabajar con japoneses y la promesa de que la Embajada de su país estaría allí asistirle.
En aquella ocasión no entró a clase. Se sentó en una esquina a observar cuidadosamente. Mi timidez me invadió por completo y comencé a sentir que rendía un examen –un examen eterno- donde mi espectador no expresaba ni aprobación ni desaprobación alguna. Sudaba a mares y me sentía realmente torpe. Notaba que analizaba cada uno de mis gestos y la forma como interactuaba con los estudiantes. Al terminar la clase, hizo un saludo y se retiró sin decir una sola palabra. Respiré profundo y pensé que nunca más lo volvería a ver. Pero por fortuna regresó al dojo y repetimos dos veces más esta experiencia.

Llegaba 15 minutos antes de comenzar la clase, se sentaba en una esquina del salón a observar, mientras yo me deshidrataba a causa de mis nervios y tartamudeaba con mucha dificultad mi incipiente japonés.
Pero un día llegué al dojo y me estaba esperando en la puerta. Me pidió permiso para tomar las clases que impartía y me confesó que su maestro había intercedido por él para que pudiera preguntarle a Doshu sobre un lugar dónde entrenar Aikido en Colombia. Que se había puesto en contacto con Yamada Sensei y que sabía de la existencia de tres dojos Aikikai en Bogotá. Que había revisado la información en Internet y había visitado los dojos, y que luego de analizar la situación le había preguntado a Yamada sensei si sería conveniente asistir al dojo de “la mujer”. Que Yamada sensei aprobó su elección y le envió una pequeña reseña acerca de “esa mujer”. Que por favor no me preocupara por nada más. Que me estaba conociendo.

Recuerdo que ese día los minutos del aikitaiso me parecieron eternos. Sin embargo, durante el ukemi entendí que ni en esa clase ni en ninguna otra, podría ofrecerle algo diferente a lo que realmente tenía y que si ese hombre formado en la cuna mundial del Aikido había regresado al dojo era porque entendía perfectamente mi situación. Comencé a observarlo y analizarlo –discretamente para no incomodarlo-. Con el tiempo -con una dinámica similar a la de uke y tori-, comencé a ponerme en su lugar y a valorar –profundamente- muchas de sus actitudes en el tatami. En el tatami mostramos quienes somos realmente y cada detalle por más simple que sea, nos permite ver la esencia de la persona que ha venido a compartir con nosotros.
Humildad. Por algunos espacios que pudimos compartir me enteré que Doshu en persona, se ha encargado de tomarle sus exámenes de dan y que periódicamente entrena con los sensei del Honbu Dojo. Confieso que me impresionó de sobremanera su humildad y apertura. Por mucho menos que esto –y sólo una foto con Doshu o un par de clases en el Honbu Dojo- varios conocidos levitan y proclaman que su conocimiento ha llegado a los estándares más elevados del aprendizaje –como si la técnica pudiera apropiarse por osmosis o si bastara una corta temporada para comprenderla en detalle -.

Considero que quieres han asistido al Honbu Dojo y han abierto el corazón han entendido que el significado de este lugar es más que todo místico y espiritual, y que la técnica es la llave que activa muchas dimensiones y niveles de aprendizaje. Por instructores del Honbu Dojo con quienes he podido entrenar, considero que el Aikido que se conserva allí es limpio, y que sus instructores no lo contaminan con sus creencias religiosas o ideas políticas o con un esquema de “marcialidad” acomodado que sólo sirve para atropellar a otros o exaltar el ego del instructor. Allí se estudian y protegen los principios; la esencia del arte.
Entiendo que el Aikido es místico por definición y que su esencia se manifiesta a partir del respeto por el otro. Por medio de la práctica nos preparamos para ser compasivos –realmente compasivos en el sentido budista-. Al intercambiar los roles de uke y tori aprendemos a ponernos en el lugar del otro, a comprenderlo, a apoyarlo y a ayudarnos mutuamente sin juzgarnos. Al final de cuentas todos estamos aprendiendo. Caemos y nos levantamos muchas veces y aprendemos a confiar en el otro. Para evolucionar necesitamos del otro, de lo que nos muestra “el otro”.
Varias veces me pregunté cómo me sentiría si un japonés me dictara clases sobre cómo bailar vallenato o cumbia –algo colombiano por excelencia-. Sin duda la sensación sería extraña, pero si lograra entrar a esas clases sin prejuicios ni prevenciones, ello demostraría irrefutablemente mi madurez y disposición de aprendizaje. Alguna vez le pregunté al sr. Yamamoto si se sentía incómodo recibiendo clases de una persona no japonesa y más cuando él tenía la oportunidad de entrenar en un ambiente tan especial de Aikido. Él sonrió y me dijo que no, que solo era un poco diferente. Que era como en la música. Una misma partitura puede ser interpretada por diferentes músicos, pero siempre se trata de la misma melodía.

Actitud de principiante. Tuve la oportunidad de recibirle varias clases y bueno, de dirigir algunas de sus prácticas. Cuando estaba a cargo indudablemente era el jefe. Pero cuando era estudiante no tenía ningún reparo en demostrar su confusión o sus dudas en el tatami. Seriamente trataba de apropiarse del movimiento y de experimentar con el compañero. Nunca le noté una insinuación tipo “es que en Japón lo hacemos así” o “es que a mí me gusta con este detalle”. Ingresaba al tatami sin pretensiones personales y con la única intención de entrenar. Hacía valer su derecho a equivocarse y se alegraba cuando lo corregían.
Generosidad y amabilidad. Quiso el destino y la vida misma, que nos conociéramos siendo Nidan y que por la misma época ambos tuviéramos que rendir nuestro examen de Sandan. Primero lo hice yo en Caracas con Yamada sensei –en febrero de 2011 – y luego él en Japón con todas las dignidades del Honbu Dojo –hacia el mes de agosto- .
Recuerdo que a mi regreso de Venezuela me preguntó cómo estuvo el examen. Le conté que mucho mejor de lo que había esperado. Sonrió, y me dijo que sabía que había trabajado duro para ello y me preguntó si por mi mente, había pasado algo especial el día del examen. Le confesé que antes de la prueba, justo cuando comenzaron a desfilar los chicos que rendirían para Shodan sentí pánico, y que simplemente me dispuse a respirar. Que comencé a recordar por todo lo que había pasado en los últimos años como practicante y que sentí profundas ganas de llorar. Que luego me invadió un sentimiento de paz y profunda gratitud porque a pesar de la adversidad, podía estar ahí, que miré a Yamada sensei y entendí que estaba allí simplemente para renovar mis votos personales con el Aikido. Que en ese instante entendí que de lo único que se trataba era de pasar al frente y decir, esto es todo lo que tengo, sé que me falta mucho pero acá estoy dispuesta a seguir aprendiendo. Esta soy yo y esta es mi historia en el Aikido. Esta es la historia de mi entrenamiento.
Recuerdo que en esta ocasión se quedó pensativo y se fue sin decirme nada. Cuando regresó de Japón y me compartió su experiencia de examen, me confesó que pasó por algo similar a lo que yo pasé y que por un instante, pudo entender lo difícil que era mantenerse realmente humilde y no contaminarse de falsa humildad. Que el simple hecho de querer rendir un buen examen era el comienzo para llenarnos de pretensiones y la forma más simple de abrirle la puerta a nuestro ego que se nos disfraza de tantas maneras.
Aikido dentro y fuera del tatami. Con ocasión del tsunami del 11 de marzo de 2011, me acerqué a manifestarle a la familia Yamamoto mi inmenso pesar por lo ocurrido y a preguntar por sus familiares y amigos. Les dije que había leído sobre la crisis nuclear y que estaba asombrada por el sacrificio de los trabajadores de la Central Nuclear de Fukushima I y II. Recuerdo que el sr. Yamamoto me miró y me dijo que lo ocurrido era un sacrificio muy alto para Japón y que esperaba que ello sirviera para que como humanidad entendiéramos que todos éramos uno solo y que al final, lo único que realmente importa es la vida misma. Que sólo si entendíamos eso, lo ocurrido habría valido la pena. Ante ese comentario, me quedé sin palabras.
Al terminar la clase de ese día, mientras doblaba mi hakama me dijo que entendía por qué me asombraba la labor de los trabajadores de la empresa Tokyo Electric Power. Que los colombianos teníamos alma de león y que por ello no sabíamos trabajar en equipo. Que los japoneses por el contrario tenían alma de oveja y que cuando las dificultades afloraban, actuaban de manera organizada y obediente. Y me contó que para atender la crisis los jefes de la planta nuclear buscaron voluntarios para trabajar sin descanso. Que quienes se enlistaron fueron los más viejos –porque se sabía que probablemente morirían-, y que ello ocurrió así, porque ellos entendían que luego de estos tiempos difíciles vendría la calma y los más jóvenes deberían reconstruir el país. Que en lo que ellos hacían no había nada de extraordinario. Que simplemente hacían su trabajo.
Reconozco que ese día estuve muy pensativa –y aún lo estoy-. Cumplir con la tarea encomendada y ocupar el lugar que socialmente nos corresponde es una manifestación profunda del budo. Tener la capacidad para comprender la magnitud de nuestras acciones y la manera como ellas afectan a los demás es estar en presente. Asombrosamente nunca le escuché lamentarse por lo ocurrido. Aceptar la adversidad y no descomponerse me pareció una verdadera muestra de estar en el centro. Ahora, ese sentir donde cabe el individuo y se involucra la humanidad como un todo, refleja un Aikido que se sale de la forma e invade todos los aspectos de la vida.
Confieso que me podría quedar narrando y compartiendo anécdotas. Sin embargo, quiero resaltar que sin importar las diferencias culturales, el sr. Yamamoto y yo logramos comunicarnos a través de un lenguaje universal: AIKIDO. Ese lenguaje que te permite cada vez que visitas distintos dojos sumergirte en un mundo diferente –de la misma manera que lo haces cuando nadas en el mar-, de afrontar temores respecto a lo desconocido –porque bueno, tiburones hay en la mayoría de los mares-  y que te enseña a fluir, a dar volteretas con la tranquilidad de salir en una sola pieza.
Indudablemente debemos trabajar permanentemente en nuestra fundamentación técnica. En estudiar el ukemi, el kamae, las bases ( kihon) pero sobre todo, en mantener una excelente actitud de práctica conservando nuestra más sincera humildad y capacidad de asombro. Esa sana curiosidad nos mantendrá activos y permitirá apreciar cada técnica y cada movimiento como un elemento único. En el dojo –el crisol donde fundimos nuestros temores- he tenido la fortuna de experimentar que el Aikido es un idioma universal que sobrepasa los paradigmas culturales y termina por vencer la rigidez mental de la mayoría de los practicantes.
Sé que el dojo Bogotá Aikido es un punto minúsculo en una ciudad inmensa y que falta mucho por andar, pero si logramos seguir el ejemplo del Sr. Yamamoto sé que iremos por buen camino.
Reconozco que nuestra memoria es frágil y que fácilmente olvidamos lo que nos dicen y nos enseñan. Sin embargo, difícilmente olvidamos la forma como nos sentimos ante determinadas circunstancias –y por ello quiero invitarlos a observarse permanentemente y a preguntarse cómo se están sintiendo, cómo han elegido vivir su experiencia de vida-. En este momento de mi evolución como practicante considero que el “sentimiento” con el que practicamos Aikido es la esencia de este arte, y que este sentir es lo que evita que a pesar de la exigencia física del movimiento, una práctica de Aikido pueda llegar a confundirse con una clase de aeróbicos en un gimnasio. En el sentir, en la mística, está sutileza del arte.
Si cultivamos estos ideales conscientemente –con consciencia- nuestro inconsciente los llevará a la forma. Con el tiempo cada movimiento será único y ese toque personal -que nuestro sentir le imprimirá a la forma- convertirá a cada movimiento en una verdadera obra de arte.
Mi más profundo y sincero agradecimiento al Sr. Yamamoto por habernos acompañado en este trayecto. Espero de todo corazón que logre materializar su anhelo de abrir un dojo en Japón. Tengo la certeza que sus alumnos contarán con un excelente maestro. De TODO corazón, muchas gracias –domo arigato gozaimasu, sensei-. Espero que la excusa del Aikido nos permita vernos nuevamente.



EL TABÚ: RESPETO Y CONSIDERACIÓN



POR HOWARD YANES

Tomado de:
 http://www.aikidozenshindojo.blogspot.com


 



El tabú del arte es algo de lo que no se habla pero todos sabemos que existe. 

Las escuelas son instituciones con una jerarquía tácita por grados, niveles de práctica y antigüedad, con una forma de etiqueta dentro de la que están el respeto por lo que se hace, dónde se hace y cómo se hace. Al visitar otras escuelas me he percatado de un juicio personal que podría tener sobre la clase y si bien es cierto he visto muy buen nivel, en la mayoría de los casos cuando no ha sido así me he tomado tiempo para observar el rostro de los estudiantes, ver en sus rostros una adoración por su maestro, por cómo hace lo que hace y cómo me hace entender de la mejor manera lo que tal vez él no aprendió por las buenas, cuando veo esos rostros sé que no debo realizar comentarios inadecuados, porque no es a él a quien hiero sino a las personas que lo siguen. 

También soy consciente de que a esa persona le gusta tanto lo que hace como a mí, así que tomo responsabilidad de lo que diga porque serán palabras que repercutirán en el resto de nuestras vidas y esa será la forma en la que me llevaré con alguien a quien estaré destinado a ver así no me guste. 

En determinado momento el maestro tendrá una relación más cercana con algunos de los alumnos, y ellos se darán cuenta que es un ser humano como cualquier otro, no es dios, seguramente tiene problemas de pareja, suegra o se molesta en la cola del banco cuando alguien le quita el puesto, aún así, entendemos que la escuela es una institución y que transitamos la vía arreglando nuestros problemas puertas adentro, eso es lo que interpreto como Respeto, a todo aquello que me pertenece porque acepté transitar esa vía con todo y el tabú, si no me gusta siempre existe la opción de retirarse, más eso no debería promover daños a la imagen de la escuela, al maestro, al arte que enseña y a la tradición que tratamos de perpetuar. 

La consideración pienso que debería ser al esfuerzo que ha hecho esa persona para llegar a donde está, todo el empeño, todas esas que se le rompió algo y se levantó del piso y siguió atacando, todas las veces que no entendió algo y le pegaron para que entendiera más rápido, todas las veces que practicó hasta no poder levantarse del piso y escuchó la voz interna que le decía “ponte de pie y sigue”, “sigue”, “agarra el bokken y sigue!”, practicar de rodillas hasta que se le queman y “sigue”…

Todos los días antes de entrar a clase cuando me estoy poniendo el cinturón me pregunto si soy digno de este conocimiento. 

Todos los días al terminar la clase me pregunto si hoy dí lo mejor de mí y como no sé la respuesta sigo mi camino en silencio. 

Para entrenar-estudiar-poner en práctica.

EL DOJO
Algunos elementos se tomaron de http://www.dojocam.com/for_dojo.php


”Kamiza, New York Aikikai”

El Dojo es definido como el lugar donde realizamos el estudio y vamos adquiriendo conocimientos, que no sólo nos adiestran físicamente, si no que nos ayudan a despertar a la divinidad que hay en nuestro interior.De una manera simplificada podríamos decir que el Dojo, es "el lugar", la escuela de vida para nosotros.Esta sala que en multitud de ocasiones está impregnada por el olor a sudor se entremezcla con el olor al incienso –o fragancias-, que son una ofrenda de purificación a los maestros que ya no están con nosotros, aunque de esta manera permanecen por siempre en nuestros corazones, ofrenda que al mismo tiempo sirve de purificación para la sala y sus alumnos.La decoración debe de ser sencilla en su interior. En un ambiente ideal predomina la madera y los materiales que llamaríamos naturales. Cada una de sus paredes poseen su propio nombre y adquiere un significado propio, siendo la pared principal "Kamiza".El Kamiza, que literalmente significa “asiento del espíritu” es el lugar principal de un Dojo japonés así como de las casas tradicionales japonesas.Kami es el término que describe a las diferentes deidades del Shinto, la religión nativa japonesa. Así pues, Kamiza es el lugar donde residen los Kami.El Kamiza es pues un pequeño templo usado para servir de lugar de reverencia, pureza y respeto. En las casas representa la veneración y el respeto a los antepasados. En los dojos de artes marciales, representa el respeto a la herencia marcial y son un homenajea al Maestro del arte marcial en cuestión así como a los anteriores a él.Aunque el Kamiza esté formado principalmente por elementos Shintoístas no hay que buscar ninguna significación religiosa en él, sino más bien hay que pensar que es un icono cultural.Cuando meditamos frente a él y lo reverenciamos con nuestro saludo, no estamos rezando a ningún dios ni practicando ninguna religión sino únicamente mostrando respeto a nuestra tradición y a nuestra herencia marcial. Puede que algún occidental tenga alguna dificultad en asimilar esta idea al realizar las reverencias y rituales frente al Kamiza, sin embargo, el seguir una Vía tradicional requiere una mente abierta. La reverencia hacia el Kamiza es un recordatorio de una obligación que hemos tomado voluntariamente.El Kamiza se sitúa en la pared Norte del dojo o la casa, ya que el Norte es el camino al Cielo pues por él sale la Estrella del Norte, considerada la primera estrella del Cielo. En caso de no poder ponerse en el Norte se coloca en el Este, lugar del que procede la luz a la salida del Sol. El tercer lugar sería el Oeste y el último el Sur.En este altar, se sitúa la foto del fundador del Aikido, acompañándolo siempre de los ideogramas "Aikido" en Japonés, bajo la foto del fundador podemos colocar una referencia de la naturaleza viva, que suele ser algo verde, unas flores, pino, etc. Sobre la base del altar ponemos el incienso como símbolo de la purificación, colocamos una vela que encenderemos a inicio de las clases como símbolo de la presencia constante y viva de nuestros maestros. En los días especiales se acostumbra depositar sobre la base del altar las ofrendas al estilo del ritual Shinto, en recuerdo y agradecimiento.Frente a la pared del Kamiza en el lado opuesto, es el sitio donde todos los alumnos se sitúan en seiza (sentados de rodillas). Allí deberá ubicarse en el primer lugar y a la derecha mirando en dirección al Kamiza el alumno de más alto grado o nivel, y en realidad no tanto por el propio grado sino por lo que representa, pues será la persona de más experiencia, la persona más antigua. Seria como el hermano mayor de la familia y ocupa el lugar que le corresponde no como exhibición de su destreza sino como el que da ejemplo a seguir, es el alumno que se ocupa y cuida normalmente de trasmitir la tradición y costumbres del Dojo y cuida y vela por su cumplimiento, es también normalmente la persona que en ausencia del maestro, debe hacerse cargo de la enseñanza de las clases, por ello más que un signo de poder es realmente un signo de entrega y responsabilidad.El suelo del dojo es de colchonetas que contribuyen al desarrollo de la práctica y sobre todo amortigua las caídas. Puede ser de diversos materiales, aunque lo suyo es que no sea excesivamente duro, ni muy blando, debe ser el justo requerido para no lastimarse.En las paredes laterales "Joseki" "Shimoseki" suele ponerse algún cuadro o fotografía de o de los maestros que el Dojo sigue, o algún Kanji que hace referencia a alguna de las explicaciones o mensajes del Fundador del Aikido. También se acostumbra utilizarlas para ubicar los boken, jo y demás implementos necesarios para la práctica marcial.



Aikido en Bogotá


Por Hiroyasu Yamamoto


Bogotá D.C., 15 de marzo de 2013 (*)


Cortesía Andrey y Mike Orekhov
(*) Esta es una traducción tomada de la nota original escrita por el Sr. Yamamoto como despedida del Dojo Bogotá Aikido.


Comencé Aikido en Bogotá hace tres años. El sr. Yamada me relacionó con el dojo de Adriana. Cuando vine a su dojo la primera vez pocos miembros [estudiantes] practicaban Aikido vigorosamente. Yo disfruté muchísimo [practicar] con ellos Aikido.


Adriana me dio oportunidades y les enseñé Aikido. Fui muy afortunado por tener la oportunidad porque pude pensar más acerca de las técnicas de Aikido. Los practicantes [estudiantes] eran tan entusiastas, ellos observaban los movimientos y las técnicas minuciosamente.


Los practicantes eran muy alegres y amables. Pienso que la atmósfera agradable del dojo viene del líder del dojo. Adriana es muy amable y alegre entonces el ambiente también es estupendo.


Yo fui feliz. El número de practicantes ha aumentado, y sus técnicas han progresado. Ellos toman en consideración los consejos del profesor, y piensan adecuadamente [sanamente] acerca de Aikido.


Espero que ellos continúen [practicando] Aikido por mucho tiempo. [En] Aikido tiene valor mantenerse practicando por un largo periodo [de tiempo]. Aunque tengo que regresar a Japón, espero poder volver acá y practicar Aikido con ellos otra vez.


También deseo que ellos vengan a Japón y practiquemos Aikido juntos en el Honbu Dojo.


Disfruté mucho del Aikido acá y mejoré [mi] Aikido gracias al dojo.


Continuaré practicando Aikido hasta el fin de mi vida, quiero hacer las técnicas mucho mejor y hacer uso de la filosofía del Aikido en mi vida cotidiana.


Mi vida acá en Colombia fue muy feliz gracias a los practicantes de Aikido.


Muchísimas gracias.


Hiroyasu Yamamoto







Antes de avanzar debo decir que soy uno de los muchos alumnos de Yamada Sensei que han visitado su dojo en New York como Uchi Deshi, por ciertos periodos de tiempo y de los que asiste regularmente a sus seminarios. Tengo un dojo reconocido por él y en algunas ocasiones tuve la suerte de disfrutar de las legendarias fiestas que ofrecía a sus Uchi Deshi. Si a esto le sumamos que la relación entre alumno y maestro es de ida y vuelta, y que cada quien se hace su propia idea del otro, debo admitir que este texto es más mi impresión personal, mi opinión y mi sentir; que un texto objetivo sobre una relación sensei – alumno. Con las palabras previas en mente, en adelante diré lo que me gusta de ser alumno de Yamada Sensei y por consiguiente algo de lo que he aprendido de esta relación.


Puntualidad y responsabilidad
No se me olvida nunca uno de los días que teníamos clase a las 6:45 am en el Dojo de New York. Llevábamos entrenando unas cuantas jornadas junto con un grupo con el que habíamos decidido visitar el New York Aikikai. Una tarde se nos anunció que esa noche nos reuniriamos con Yamada Sensei. Hubo vino, sushi, música latina y muchas risas. Recuerdo haber contado deshis de todos los continentes en esa ocasión. Europa, América, Oceanía, Asía y Europa estaban representados. Yamada Sensei se retiró como a eso de las 3 am terminando la reunión. Poco antes de las 6 am sentí sus pasos en el lugar. Yo dormía en uno de los sofás cercanos a la entrada del Dojo y por ello, su llegada fue evidente para mí. Caminaba como si no hubiera sucedido nada la noche anterior, un hombre que me doblaba la edad presto a dar la clase de las 6:45am. Yo luchaba con el cansancio, el sueño y la resaca.

En todos los años que he seguido a Yamada Sensei, no lo he visto llegar tarde una sola vez a sus clases, ya sean sesiones de seminarios o en su Dojo de New York. Siempre está respirando o relajándose unos minutos antes de iniciar. Puntualmente entra al tatami, camina al frente del Kamiza, golpea suavemente su cintura con su mano derecha (los que lo han visto sabrán a qué gesto me refiero), y puntualmente hace saludo a la foto de O´Sensei.  Desde mi perspectiva es una de los aprendizajes que me ha dejado sin decirme una sola palabra. Con el ejemplo me ha enseñado la importancia de ir al tatami a la hora comprometida. No importa lo que suceda antes o después.


Flexibilidad
En mis viajes por los Dojos, seminarios y escuelas de Aikido he visto en muchas ocasiones el síndrome de la copia. Alumnos que parecieran buscar hacer el movimiento de manera exactamente igual a su maestro. Maestros que exigen a sus estudiantes poner el pie así y los brazos asá de tal manera que hasta los gestos faciales terminan siendo similares. Cuando veo esto me pregunto ¿acaso el Aikido no es un arte? y como tal está sujeto a las interpretaciones individuales. Simplemente no lo entiendo pues yo no puedo imitar a un señor de 120 kilos o a una mujer de 50. Si a esto le sumamos las diferentes edades, nuestra crianza y la cultura a la que pertenecemos, la imitación es algo casi imposible y si se logra; desde mi punto de vista; no es completamente la apropiación personal de un conocimiento.

En este sentido, Yamada Sensei no tiene alumnos copia, o realmente muy pocos son copia de él[1]. He estudiado con algunos de sus más viejos estudiantes dentro de los que se encuentran Harvey Konisberg, Peter Bernath, Donovan Waite, sólo por mencionar unos cuantos de los más conocidos pues en el mundo se cuentan por miles sus discípulos avanzados y en su Dojo sin duda son más de 20 los instructores activos. Yamada Sensei habla poco de esto, pero desde años atrás sus seminarios son ejemplo de como se pueden expresar y compartir diferentes visiones. Al inicio de su llegada a EEUU trabajaron muy de cerca algunos de los últimos alumnos internos de O´Sensei: Chiba Sensei, Kanai Sensei, Sugano Sensei y Tamura Sensei. Todos con movimientos particulares y concepciones diferentes. Se juntaban para dar seminarios y en esta mezcla los más beneficiados eran los estudiantes que podían ver, interpretar, comprender y analizar diferentes miradas.

Al igual que sus expresiones del Aikido; los estudiantes de Yamada Sensei se cuentan por miles. Sensei siempre ha promovido que sus estudiantes comprendan diferentes visiones y que se apropien de ellas. De hecho él tiene una expresión que és “robar el conocimiento” e invita a sus estudiantes a robar el conocimiento de los otros. Además, en varias ocasiones, he sido testigo de que la palabra “estilo” en el Aikido no le gusta.

Observando la gran cantidad de estudiantes de Yamada Sensei, te encuentras ante una inmensa diversidad, que aunque parecen reflejos externos de la diferencia, es evidente que manejan y conocen a detalle los principios del Aikido. Equilibrio, centro, fluidez, elegancia, armonía… Yamada Sensei ha sabido permitir que sus estudiantes descubran, comprendan y expresen los principios del arte de maneras completamente disímiles. Muchos de sus estudiantes ya cuentan con un nombre propio en el mundo del Aikido y con una interpretación particular que ha dejado huella en muchas personas.

De nuevo y sin decir una palabra al respecto, Yamada Sensei me ha enseñado que el Aikido es diverso, flexible pero que es importante conservar ciertos fundamentos que hacen que la técnica sea sólida.

Empatía y universalidad
Con los años Yamada Sensei cada vez es más demandado en diversas ciudades del mundo para enseñar. La pregunta obvia es ¿cómo le hace para que tantos estudiantes en el mundo lo quieran ver? Las variables son diversas: carisma, profesionalismo, universalidad de su enseñanza, y seguro las respuestas son muchas más. Yo me centraré en dos características que veo en él.

Al dictar un seminario y a sus más de 70 años, Yamada Sensei, sigue siendo estricto y cuidadoso pero aunque en sus clases haya miles de personas tengo la seguridad de que muchas y  muchos sentimos o queremos pensar que la clase la está realizando para nosotros. Camina por todo el tatami, corrige a algunas personas, observa y trata de igual manera a todos. Sonríe y tanto a su llegada como a su salida está presto a saludar informalmente. Permite que se tomen muchas, muchas fotos y siempre busca que haya una referencia cercana de él. En ese sentido es un gran ejemplo para quien quiere aprender un poco de relaciones públicas.

Recuerdo que en uno de mis primeros viajes al New York Aikikai habíamos tomado todas las clases durante más de una semana, el cansancio era evidente, el dolor muscular no permitía que nuestros cuerpos se movieran bien fuera del tatami. Terminamos una clase con Yamada Sensei y no recuerdo si seguía Sugano Sensei o Harvey Konisberg. Pasaron los 15 minutos entre clase y clase y nosotros entramos al tatami, mientras Yamada Sensei se alejaba. Al terminar la sesión todos nos sorprendimos al darnos cuenta que  estaba terminando de cocinar una sopa de cebolla y arroz al vapor. Nos miró y dijo “Están cansados, cierto? Tomen sopa”. Un detalle de estos no se puede olvidar fácilmente, gracias a ese gesto y muchos más, se ganó a un aprendiz…

En cuanto a su Aikido es evidente que es un gran didacta. Los movimientos que enseña pueden ser ejecutados por miles de personas, sus explicaciones son accesibles y en ocasiones divertidas. Lo anterior lo hace siempre preservando y enfatizando los principios del arte. Sin duda su manera de enseñar Aikido es Universal. Tanto asiáticos como europeos de oriente y occidente, americanos y personas de oceanía siguen su enseñanza. El Aikido de Yamada Sensei no tiene secretos ni gestos innecesarios y aunque es un ser humano de cierta edad, muestra y práctica un Aikido físicamente exigente. Sus alumnos se cuentan de todos los colores, sabores, tamaños y edades. Yamada Sensei es un Aikidoca con un increíble don de gentes y su Aikido es Universal.

Mantener el espíritu y construir un negocio
En algún momento muchos de los practicantes terminamos enseñando. Generalmente esto comienza cuando tu Sensei te pide que lo cubras en una clase. Poco a poco te vas dando cuenta que es parte del proceso. Estar frente a un grupo es una de las muchas aristas del aprendizaje. Luego, te piden que enseñes en otro lugar que ya no es la escuela en donde aprendiste y si el viaje continúa terminas manejando un Dojo.

Yamada Sensei en esto también tiene mucho que enseñar. Su New York Aikikai, es quizá la escuela de Aikido más antigua y exitosa de occidente y a esto se suma que es el cuartel general de la Federación de Aikido de Estados Unidos, también una de las organizaciones más fuertes de Aikido en el mundo. Tanto su dojo como su federación son ejemplo.

Lo digo pues ha sabido adaptarse a las generaciones, ha sabido leer la cultura del momento y ha sabido hacer los ajustes necesarios para que el crecimiento de su escuela no permita que se dejen de conservar los principios de un Dojo tradicional. En su escuela siempre podrás encontrar Uchi Deshi comprometidos con el arte y estudiantes que llegan silenciosamente a las clases minutos antes de iniciar. Al final de cada sesión se limpia el tatami y las clases son reflejo de la calidad de enseñanza y de la diversidad cultural del mundo en el que nos tocó vivir.

Al llegar al New York Aikikai sientes esas ganas de quedarte, de saber que aprenderás mucho Aikido, que la tarea será exigente pero que lo puedes lograr pues hay estudiantes de todos los colores, sabores y tamaños. Sientes que puedes hacer amigos y que a la hora de hacer Aikido estás haciendo un trabajo serio. El New York Aikikai es ejemplo de un negocio próspero al servicio de la comunidad, pero en el que la apertura no ha permitido que se pierda el arte. En esto también debemos aprender de Yamada Sensei, en su capacidad de construir un Dojo saludable financieramente y en el que se preserva el arte.

Las anteriores son sólo algunas de las lecciones que quisiera explorar más profundamente de mi encuentro con Yamada Sensei. Su puntualidad y responsabilidad; su flexibilidad; su empatía y universalidad; y su capacidad de construir una escuela como el New York Aikikai. Parecen pocas, pero para mi son grandes e invaluables lecciones de un SENSEI.

Yesid


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